♠ Posted by Mario in opinión at 10:29
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Por: Santiago La Rotta
“El mundo de las startups gira alrededor de un tema: ¿qué es lo que mi mamá ya no hace por mí?”. La frase, cuyo autor varía dependiendo de quién la cita, ha hecho carrera porque pareciera decir algo muy cierto de Silicon Valley y el modelo de vida que ha ido construyendo alrededor de la tecnología.
Un modelo en el que abundan aplicaciones que ofrecen pasear al perro (con la promesa asegurada de una hora mínima de ejercicio), hacer las compras de la casa o incluso ordenar la habitación. (Lea "Tecnología con beneficios sociales")
La visión de los servicios por demanda claramente resulta útil para algunos. Una porción de estas compañías cuenta con valuaciones por encima de los US$1.000 millones y cientos de miles de usuarios cuando menos. Sus declaraciones de principios suelen ser ambiciosas y están plagadas de palabras como liderazgo e innovación: todas aspiran a transformar el mundo, a mejorarlo. El punto es que si bien son empresas exitosas, cuesta un poco imaginar un futuro que es diseñado por un nicho para un nicho. Y por futuro se entiende algo más grande que la forma de hacer negocios. (Lea "El código abierto está redefiniendo la forma de hacer negocios")
Resulta evidente decir que la tecnología ha alterado profundamente la vida moderna. Pero estas transformaciones suelen estar más ligadas al auge o declive de industrias y formas de producción (que no son poca cosa, cabe decir). “Lo que vemos en la comunidad del software de código abierto es que no sólo ha creado un nuevo espacio para la innovación tecnológica, sino toda una cultura con el potencial de afectar la forma como vivimos, creamos y distribuimos conocimiento e incluso la manera como vemos el ejercicio político”.
Nathan Seidle es el fundador de Sparkfun, una plataforma en la que se distribuyen proyectos de hardware abierto: al igual que el código abierto (OSS, por sus siglas en inglés), este modelo de diseño de hardware privilegia el hecho de compartir y construir nuevas cosas sobre las ideas de otros.
Hablar de código abierto implica que el código fuente de un programa, algo así como el corazón de un software, es libre para ser utilizado y modificado por otros desarrolladores, que no necesariamente son autores de la primera versión de este código: adaptar y compartir son la esencia de este tipo de productos.
“La forma como se construyen estos proyectos, la mentalidad detrás de esta forma de tecnología, necesariamente requiere un colectivo, de colaboración. Y esto puede tener implicaciones muy profundas a nivel de las empresas, claro, pero también en la sociedad: se trata de construir entre todos”.
Las palabras de Seidel tienen un eco inmediato en Richard Hulskes, cofundador de InMOOV, una iniciativa que busca acercar el mundo exterior para niños que requieren largos períodos de hospitalización. La idea del proyecto es proveer un robot que, controlado por estos pacientes, se convierta en una suerte de herramienta para explorar la vida más allá de los muros del hospital. “Todo se fabrica con impresoras en 3D y los diseños son abiertos, así cualquiera puede modificarlos, hacer nuevas adaptaciones. Esto nos ha permitido contar con una especie de ejército de voluntarios de todo el mundo y mejorar nuestra idea inicial con las adiciones de otros colaboradores”.
El modelo colaborativo de trabajo no es un asunto que nació de la mano de una comunidad de desarrolladores de software. Bulle en lo profundo de casi cualquier construcción social de la especie. Lo interesante acá es justamente eso: los movimientos de código abierto, de software libre, de redes peer to peer existen gracias a la cooperación de varios, muchos, todos. Sin una participación colectiva no sólo no serían modelos exitosos, sino probablemente no existirían.
Parte de su éxito también radica en otro asunto que, aunque cierto, no siempre resulta tan evidente. El conocimiento y la creación son procesos que, incluso partiendo del individuo, suelen estar cimentados en el pasado. En otras palabras, una obra maestra tiene raíces en el trabajo de otros. No se trata de robo ni de plagio. Estos son conceptos más asociados con una forma de tranzar con las ideas, que con la idea misma de crear.
“El modelo del código abierto y del software libre nos lleva a repensar la forma como trabajamos y como producimos. Y sí creo que nos acercan más a eso que llaman la economía del compartir”, en opinión de Felipe Ceballos, un desarrollador colombiano que esta semana recibió un premio global por innovación en OSS durante el Red Hat Summit en San Francisco.
La economía del compartir implica establecer que el trabajo colaborativo es la base de la innovación y la solución de problemas. Esto en la práctica envuelve cosas como redefinir los marcos de propiedad intelectual (diseñados para un mundo muy anterior al digital) y abrir el flujo de información para el colectivo, para la comunidad.
Comunidad es una palabra clave acá, porque es la estructura básica sobre la que se han construido los movimientos de OSS y software libre. “Las jerarquías en las empresas que nos han ayudado a solucionar tantos problemas hoy no funcionan porque impiden la innovación, no la crían. El cambio y la innovación no siguen reglas claras, estructuras fijas. Son flexibles. Una comunidad de desarrolladores entiende esto y por eso tiene éxito”, en palabras de Jim Whitehurst, CEO de Red Hat y una especie de evangelista de algo que describe como la organización abierta.
“La cultura del código abierto gira alrededor de conceptos como la meritocracia y la colaboración. Ambas son ideas que, aplicadas similarmente a cómo operan en tecnología, pueden tener un impacto enorme en la política, por ejemplo. Construir la capacidad para que la innovación en las comunidades sea mayor que la suma de sus miembros individuales es el gran reto de liderazgo de nuestra era”.
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